TEMA 9. EL DEBATE EN TORNO A LA CIUDAD FUNCIONAL: SU POSTERIOR DESARROLLO Y POSTURAS CRÍTICAS FRENTE A ELLA

9.2 Las reformas urbanas. El modelo Bolonia.

En la década de 1960, empezaron a surgir importantes movimientos críticos con el movimiento moderno, que había provocado una ciudad dispersa y segregada que, además, dejaba de lado su patrimonio arquitectónico y promovía barrios periféricos monofuncionales. Como comprobamos cuando analizamos la Carta de Atenas (CIAM, 1943), aunque en el documento se recogía la importancia de conservar el patrimonio histórico, se establecían al mismo tiempo una serie de condicionantes que mostraban que realmente, los urbanistas del movimiento moderno abogaban, en base a pretextos higienistas y de salubridad pública, precisamente, por lo contrario. Por todo ello, como crítica a la ciudad funcional, que apostaba por la zonificación, la abolición de la calle tradicional y la ruptura con la ciudad antigua, proponiendo una ciudad moderna donde se prime la funcionalidad por encima de la estética, a partir de mediados del siglo XX, empiezan a surgir los primeros movimientos que proponen el retorno a la ciudad.

Como se ha comentado, los urbanistas funcionalistas se mostraron contrarios a recuperar los centros históricos. Defendieron esta postura argumentando que estas áreas no podían dar respuesta a las necesidades de la sociedad moderna. Sin embargo, cuando se produjo la crisis del movimiento moderno, se volvió a poner el foco de actuación en la recuperación de los centros urbanos. se produjo casi de forma simultánea al redescubrimiento de los valores de la ciudad tradicional. Simultáneamente, en la esfera política internacional, se empezaban a mostrar reticencias frente al desarrollismo continuo y empezaron a surgir las primeras voces a favor de poner límites al crecimiento. Se extendía la idea de que era preciso controlar el crecimiento de las ciudades y evitar la dispersión, que se había promovido con la construcción de Nuevas ciudades en las décadas anteriores. Se debían, por tanto, recuperar los cascos históricos de las ciudades, que en la mayoría de las ciudades estaban perdiendo población y estaban siendo objeto de un deterioro físico.

Además, en los Foros de conservación del Patrimonio Histórico que se estaban celebrando a nivel internacional, se empezaron a realizar una serie de acuerdos que influirían en el modo de actuar sobre los Centros Históricos y que instaban sobre la necesidad de recuperar la ciudad heredada. Un hito importante fue la aprobación de la Carta de Venecia en el II Congreso Internacional de Arquitectos y Técnicos de Monumentos celebrado en 1964, ya que introdujo la necesidad de conservación no sólo de los edificios con alto valor patrimonial, sino también del paisaje urbano. A este acuerdo, le seguiría la Declaración de Ámsterdam aprobada por el Consejo de Europa en 1975 (Carta Europea del Patrimonio Arquitectónico) que instó a los gobiernos a preservar también el tejido social en las actuaciones de rehabilitación de los centros históricos, evitando que se produjesen procesos de gentrificación. Se empieza a hablar de reutilización en lugar de renovación

A todo esto, hay que añadir el contexto histórico y económico en el que surgen estas propuestas, estamos hablando de una sucesión de periodos de crisis que se inició con la crisis del petróleo de 1973 y que hizo replantearse el modelo de urbanización difusa y dependiente del automóvil que se había ido imponiendo. Junto a esto, en el ámbito académico, destacó el papel jugado por un grupo de arquitectos e intelectuales italianos, liderados por Aldo Rosi, que formaron La Tendenza. La Tendenza, de corte marxista, reflexionaron y debatieron sobre un nuevo modelo de ciudad en el que se revalorizaba el aspecto social como elemento central de cualquier modo de planificación. No obstante, consideran que la ciudad es el resultado del poso de la historia a lo largo de su evolución, y que es su deber preservar dicha memoria. Surgió como reacción al modernismo que se había instaurado en la Italia de posguerra, al que criticaba su falta de realismo. En cambio, proponía un urbanismo político y crítico con altas dosis de pragmatismo.

Todos estos antecedentes y factores históricos son los que llevan a la promulgación del Plan para el Centro Histórico de Bolonia. En las décadas anteriores, el Casco histórico de la ciudad había ido sufriendo un paulatino abandono, degradándose y reduciendo su población en más de un tercio en el periodo 1951-1971. Bolonia representó un ejemplo donde la rehabilitación urbana se llevó a cabo preocupándose de que no se produjesen procesos de gentrificación. Además, no se habían acometidos reformas y tras la II Guerra Mundial, cuando esta área también resultó seriamente afectada por los bombardeos y muchos de sus edificios todavía se encontraban en ruinas.

Esto era consecuencia del proceso de suburbanización que estaba produciéndose en la ciudad y que llevaba a movimientos de la población hacia la periferia. Contaba además con un gobierno estable comunista, pues había gobernado desde la II Guerra Mundial. Esta estabilidad política y el corte de izquierdas del gobierno también contribuyó a que se pudiesen acometer y realizar muchas de las actuaciones que se plantearon. Pierre Luigi Cervellati, en calidad de concejal de transporte, construcción y planificación urbana de Bolonia, redactó un Plan para el Centro histórico que vino a sustituir a las actuaciones contempladas en el Plan urbanístico de la ciudad. El viejo plan ya planteaba renovar el área histórica, pero a base de demolición de los antiguos edificios y su sustitución por nuevo tejido urbano. También pretendía ampliar el viario para favorecer la movilidad vehicular, con lo que la trama medieval se vería dañada.

En cambio, el plan diseño por Cervellati apostaba por la conservación frente a la renovación, y además introducía un ambicioso conjunto de medidas sociales para la revitalización económica del barrio. Todo esto fue lo que llevó a que se convirtiese en el espejo en el que se miraron muchas otras actuaciones de rehabilitación urbana que empezaron a producirse en la década de los setenta y ochenta por toda Europa. Años después, en 1973, se aprobó el Plan Operativo para el Restablecimiento y la Restauración de la Edificación Económica y Popular, que intervenía sobre un amplio espacio interior de la ciudad y que actuaba prioritariamente sobre la promoción de vivienda protegida. Sin embargo, no descuidaba otros aspectos como la dotación de equipamientos e infraestructuras o la introducción de medidas sociales para la conservación de los residentes. En primer lugar, se partió de un diagnóstico que permitió identificar los edificios que iban a ser objeto de rehabilitación en base a una metodología de análisis morfológico y funcional. Esto permitió establecer diferentes tipos arquitectónicos a conservar. Destacó el alto grado de implicación de la administración local que fue quien promovió todo el proceso e introdujo medidas para evitar la especulación del mercado inmobiliario. En todo momento, la apuesta se hizo a favor de la conservación tanto del tejido físico como del social.

Fuente: imagen propia

El Plan persiguió recuperar el casco histórico originario, incluso con la propuesta de derribo de edificaciones contemporáneas discordantes con el paisaje originario. El problema se planteaba porque las viviendas tradicionales no estaban adaptadas a los estándares de calidad de la época, debido a sus dimensiones y falta de equipamientos básicos. Por eso, se trabajó con las diferentes tipologías edificatorias, para proponer soluciones de habitabilidad que mejorasen dichos estándares. La calificación del área fue de uso residencial con un alto porcentaje de suelo destinado a equipamientos, servicios colectivos y zonas verdes. De hecho, el barrio acogió algunos de los principales equipamientos comunitarios de la ciudad con la intención de poder atraer a población hacia el área central.

También se regularon las actividades económicas que podía acoger el área, intentando evitar las grandes superficies comerciales y abogando por tiendas de barrio. Preferiblemente se ubicaron funciones relacionadas con actividades culturales, comerciales, turísticas o universitarias. A nivel operativo, se dividió el área en unidades de actuación en base a criterios morfológicos, sociales y funcionales y se seleccionaron cinco de estas áreas a modo de proyectos piloto. Otro aspecto destacable es la implicación de la ciudadanía y la promoción de la participación ciudadana a través de los Consejos de barrio con el objetivo de fomentar una democracia más participativa. Este es un aspecto que hoy en día se sobreentiende en cualquier proceso de planificación urbana, pero que fue bastante novedoso para la época.

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En definitiva, el Plan de Bolonia obtuvo un gran reconocimiento y consiguió, por primera vez, que se priorizase la conservación sobre cualquier otra medida de renovación urbana. Esto hizo que se convirtiera durante las décadas de 1970 y 1980, en una referencia para las intervenciones en la ciudad antigua. El patrimonio cultural e histórico empezaba a ser considerado en los instrumentos de planificación urbana, y los Centros Históricos se abordaban como un conjunto unitario que había que preservar en frecuentes ocasiones a través de Planes Especiales de Reforma Interior. En España, las primeras actuaciones de rehabilitación de Centros Históricos se empezaron a dar con la Transición política y la aprobación de los primeros Planes Especiales de Reforma Interior.

Referencias

Urban Network (2014). Cuando el Plan de Bolonia era una referencia urbanística (y de izquierdas) para la intervención en los centros históricos de las ciudades (2. El Plan). Recuperado de http://urban-networks.blogspot.com/2014/08/cuando-el-plan-de-bolonia-era-una.html